FABULAS
El pastorcito mentiroso
Había
una vez un pastorcito que cuidaba su rebaño en la cima de la colina. Él
se encontraba muy aburrido y para divertirse se le ocurrió hacerles una
broma a los aldeanos. Luego de respirar profundo, el pastorcito gritó:
—¡Lobo, lobo! Hay un lobo que persigue las ovejas.
Los
aldeanos llegaron corriendo para ayudar al pastorcito y ahuyentar al
lobo. Pero al llegar a la cima de la colina no encontraron ningún lobo.
El pastorcito se echó a reír al ver sus rostros enojados.
—No grites lobo, cuando no hay ningún lobo —dijeron los aldeanos y se fueron enojados colina abajo.
Luego de unas pocas horas, el pastorcito gritó nuevamente:
—¡Lobo, lobo! El lobo está persiguiendo las ovejas.
Los aldeanos corrieron nuevamente a auxiliarlo, pero al ver que no había ningún lobo le dijeron al pastorcito con severidad:
—No grites lobo cuando no hay ningún lobo, hazlo cuando en realidad un lobo esté persiguiendo las ovejas.
Pero el pastorcito seguía revolcándose de la risa mientras veía a los aldeanos bajar la colina una vez más.
Más tarde, el pastorcito vio a un lobo cerca de su rebaño. Asustado, gritó tan fuerte como pudo:
—¡Lobo, lobo! El lobo persigue las ovejas.
Pero
los aldeanos pensaron que él estaba tratando de engañarlos de nuevo, y
esta vez no acudieron en su ayuda. El pastorcito lloró inconsolablemente
mientras veía al lobo huir con todas sus ovejas.
Al atardecer, el pastorcito regresó a la aldea y les dijo a todos:
—El lobo apareció en la colina y ha escapado con todas mis ovejas. ¿Por qué no quisieron ayudarme?
Entonces los aldeanos respondieron:
—Te hubiéramos ayudado, así como lo hicimos antes; pero nadie cree en un mentiroso incluso cuando dice la verdad.
La liebre y la tortuga
Había una vez una liebre muy vanidosa que se pasaba todo el día presumiendo de lo rápido que podía correr.
Cansada de siempre escuchar sus alardes, la tortuga la retó a competir en una carrera.
—Qué chistosa que eres tortuga, debes estar bromeando—dijo la liebre mientras se reía a carcajadas.
—Ya veremos liebre, guarda tus palabras hasta después de la carrera— respondió la tortuga.
Al
día siguiente, los animales del bosque se reunieron para presenciar la
carrera. Todos querían ver si la tortuga en realidad podía vencer a la
liebre.
El oso comenzó la carrera gritando:
—¡En sus marcas, listos, ya!
La
liebre se adelantó inmediatamente, corrió y corrió más rápido que
nunca. Luego, miró hacia atrás y vio que la tortuga se encontraba a
unos pocos pasos de la línea de inicio.
—Tortuga lenta e ingenua—pensó la liebre—. ¿Por qué habrá querido competir, si no tiene ninguna oportunidad de ganar?
Confiada
en que iba a ganar la carrera, la liebre decidió parar en medio del
camino para descansar debajo de un árbol. La fresca y agradable sombra
del árbol era muy relajante, tanto así que la liebre se quedó dormida.
Mientras tanto, la tortuga siguió caminando
lento, pero sin pausa. Estaba decidida a no darse por vencida. Pronto,
se encontró con la liebre durmiendo plácidamente. ¡La tortuga estaba
ganando la carrera!
Cuando la tortuga se acercó
a la meta, todos los animales del bosque comenzaron a gritar de
emoción. Los gritos despertaron a la liebre, que no podía dar crédito a
sus ojos: la tortuga estaba cruzando la meta y ella había perdido la
carrera.
Moraleja:
Ten una buena actitud y no te burles de los demás; puedes ser más
exitoso haciendo las cosas con constancia y disciplina que actuando
rápida y descuidadamente.
El zorro y la cigüeña
Al zorro le encantaban
las bromas pesadas y quiso gastarle una a su amiga, la cigüeña. Un día
la invitó a cenar a su casa y la cigüeña aceptó con mucho agrado. La
cigueña se presentó a la hora acordada y tras conversar un buen rato,
se dirigieron al comedor.
El zorro había
preparado una deliciosa sopa, pero la sirvió en dos platos muy llanos.
La cigüeña apenas pudo probar la sopa con la punta de su largo pico. El
zorro, entre risas burlonas, se tomó toda la sopa y al final se lamió y
relamió el plato.
La cigüeña, pronto se dio
cuenta de la broma de mal gusto que le estaba jugando el zorro. Sin
embargo, disimuló su enojo. Al despedirse, dio las gracias al zorro
dejándole saber que estaba invitado a almorzar a su casa al día
siguiente.
El zorro se presentó en la casa de
la cigüeña, al entrar sintió un olor exquisito que le hizo agua la boca y
lo llenó de emoción. Pero la emoción le duró poco, porque el guiso que
había preparado la cigüeña le fue servido en un jarro muy largo y de
cuello estrecho. La cigüeña alcanzaba fácilmente el guiso con su pico,
pero no el zorro con su hocico ancho y corto. El zorro, muy
avergonzado, se marchó con el rabo entre las patas.
Moraleja: No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti.
La cigarra y la hormiga
Durante todo un verano,
una cigarra se dedicó a cantar y a jugar sin preocuparse por nada. Un
día, vio pasar a una hormiga con un enorme grano de trigo para
almacenarlo en su hormiguero.
La cigarra, no contenta con cantar y jugar, decidió burlarse de la hormiga y le dijo:
—¡Qué aburrida eres!, deja de trabajar y dedícate a disfrutar.
La hormiga, que siempre veía a la cigarra descansando, respondió:
—Estoy guardando provisiones para cuando llegue el invierno, te aconsejo que hagas lo mismo.
—Pues yo no voy a preocuparme por nada —dijo la cigarra—, por ahora tengo todo lo que necesito.
Y continuó cantando y jugando.
El
invierno no tardó en llegar y la cigarra no encontraba comida por
ningún lado. Desesperada, fue a tocar la puerta de la hormiga y le pidió
algo de comer:
—¿Qué hiciste tú en el verano mientras yo trabajaba? —preguntó la hormiga.
—Andaba cantando y jugando —contestó la cigarra.
—Pues si cantabas y jugabas en verano —repuso la hormiga—, sigue cantando y jugando en el invierno.
Dicho esto, cerró la puerta.
La cigarra aprendió a no burlarse de los demás y a trabajar con disciplina.
Moraleja: Para disfrutar, primero tienes que trabajar
El cuervo y la jarra ![El cuervo y la jarra 1](https://arbolabc.nyc3.cdn.digitaloceanspaces.com/Cuentos_Infantiles/fabulas/images/cuervo_vasija.jpg)
Había
una vez un cuervo sediento que voló durante mucho tiempo en busca de
agua, hasta que encontró una jarra con un poco del preciado líquido. La
jarra tenía un largo y estrecho cuello y por mucho que lo intentara, el
cuervo no podía alcanzar el agua con su pico. Desesperado, el cuervo
pensó en derribar la jarra y tomar el agua antes de que la tierra la
absorbiera, pero la jarra era tan pesada que no se movía con los
intentos del pobre cuervo. Al cabo de un rato se le ocurrió otra idea;
recogió unas piedrecillas y las dejó caer en la jarra una por una. Con
cada piedrecilla, el agua subía un poco más, hasta que por fin estaba lo
suficientemente cerca del borde para poder beber. Feliz, el cuervo tomó
el agua y siguió volando.
Moraleja: Para resolver problemas necesitas mucha calma e ingenio.
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