FABULAS

El pastorcito mentiroso

El Pastorcito Mentiroso 1




Había una vez un pastorcito que cuidaba su rebaño en la cima de la colina. Él se encontraba muy aburrido y para divertirse se le ocurrió hacerles una broma a los aldeanos. Luego de respirar profundo, el pastorcito gritó:
—¡Lobo, lobo! Hay un lobo que persigue las ovejas.
Los aldeanos llegaron corriendo para ayudar al pastorcito y ahuyentar al lobo. Pero al llegar a la cima de la colina no encontraron ningún lobo. El pastorcito se echó a reír al ver sus rostros enojados.
—No grites lobo, cuando no hay ningún lobo —dijeron los aldeanos y se fueron enojados colina abajo.
Luego de unas pocas horas, el pastorcito gritó nuevamente:
—¡Lobo, lobo! El lobo está persiguiendo las ovejas.
Los aldeanos corrieron nuevamente a auxiliarlo, pero al ver que no había ningún lobo le dijeron al pastorcito con severidad:
—No grites lobo cuando no hay ningún lobo, hazlo cuando en realidad un lobo esté persiguiendo las ovejas.
Pero el pastorcito seguía revolcándose de la risa mientras veía a los aldeanos bajar la colina una vez más.
Más tarde, el pastorcito vio a un lobo cerca de su rebaño. Asustado, gritó tan fuerte como pudo:
—¡Lobo, lobo! El lobo persigue las ovejas.
Pero los aldeanos pensaron que él estaba tratando de engañarlos de nuevo, y esta vez no acudieron en su ayuda. El pastorcito lloró inconsolablemente mientras veía al lobo huir con todas sus ovejas.
Al atardecer, el pastorcito regresó a la aldea y les dijo a todos:
—El lobo apareció en la colina y ha escapado con todas mis ovejas. ¿Por qué no quisieron ayudarme?
Entonces los aldeanos respondieron:
—Te hubiéramos ayudado, así como lo hicimos antes; pero nadie cree en un mentiroso incluso cuando dice la verdad.


La liebre y la tortuga

La tortuga y la liebre 1 

Había una vez una liebre muy vanidosa que se pasaba todo el día presumiendo de lo rápido que podía correr.
Cansada de siempre escuchar sus alardes, la tortuga la retó a competir en una carrera.
—Qué chistosa que eres tortuga, debes estar bromeando—dijo la liebre mientras se reía a carcajadas.
—Ya veremos liebre, guarda tus palabras hasta después de la carrera— respondió la tortuga.
Al día siguiente, los animales del bosque se reunieron para presenciar la carrera. Todos querían ver si la tortuga en realidad podía vencer a la liebre.
El oso comenzó la carrera gritando:
—¡En sus marcas, listos, ya!
La liebre se adelantó inmediatamente, corrió y corrió más rápido que nunca. Luego, miró hacia atrás y vio que la tortuga se encontraba a unos pocos pasos de la línea de inicio.
—Tortuga lenta e ingenua—pensó la liebre—. ¿Por qué habrá querido competir, si no tiene ninguna oportunidad de ganar?
Confiada en que iba a ganar la carrera, la liebre decidió parar en medio del camino para descansar debajo de un árbol. La fresca y agradable sombra del árbol era muy relajante, tanto así que la liebre se quedó dormida.
Mientras tanto, la tortuga siguió caminando lento, pero sin pausa. Estaba decidida a no darse por vencida. Pronto, se encontró con la liebre durmiendo plácidamente. ¡La tortuga estaba ganando la carrera!
Cuando la tortuga se acercó a la meta, todos los animales del bosque comenzaron a gritar de emoción. Los gritos despertaron a la liebre, que no podía dar crédito a sus ojos: la tortuga estaba cruzando la meta y ella había perdido la carrera.
Moraleja: Ten una buena actitud y no te burles de los demás; puedes ser más exitoso haciendo las cosas con constancia y disciplina que actuando rápida y descuidadamente.

 

El zorro y la cigüeña

El zorro y la cigüeña 1 

Al zorro le encantaban las bromas pesadas y quiso gastarle una a su amiga, la cigüeña. Un día la invitó a cenar a su casa y la cigüeña aceptó con mucho agrado. La cigueña se presentó a la hora acordada y tras conversar un buen rato, se dirigieron al comedor.
El zorro había preparado una deliciosa sopa, pero la sirvió en dos platos muy llanos. La cigüeña apenas pudo probar la sopa con la punta de su largo pico. El zorro, entre risas burlonas, se tomó toda la sopa y al final se lamió y relamió el plato.
La cigüeña, pronto se dio cuenta de la broma de mal gusto que le estaba jugando el zorro. Sin embargo, disimuló su enojo. Al despedirse, dio las gracias al zorro dejándole saber que estaba invitado a almorzar a su casa al día siguiente.
El zorro se presentó en la casa de la cigüeña, al entrar sintió un olor exquisito que le hizo agua la boca y lo llenó de emoción. Pero la emoción le duró poco, porque el guiso que había preparado la cigüeña le fue servido en un jarro muy largo y de cuello estrecho. La cigüeña alcanzaba fácilmente el guiso con su pico, pero no el zorro con su hocico ancho y corto. El zorro, muy avergonzado, se marchó con el rabo entre las patas.
Moraleja: No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti.



La cigarra y la hormiga

La cigarra y la hormiga 1 

Durante todo un verano, una cigarra se dedicó a cantar y a jugar sin preocuparse por nada. Un día, vio pasar a una hormiga con un enorme grano de trigo para almacenarlo en su hormiguero.
La cigarra, no contenta con cantar y jugar, decidió burlarse de la hormiga y le dijo:
—¡Qué aburrida eres!, deja de trabajar y dedícate a disfrutar.
La hormiga, que siempre veía a la cigarra descansando, respondió:
—Estoy guardando provisiones para cuando llegue el invierno, te aconsejo que hagas lo mismo.
—Pues yo no voy a preocuparme por nada —dijo la cigarra—, por ahora tengo todo lo que necesito.
Y continuó cantando y jugando.
El invierno no tardó en llegar y la cigarra no encontraba comida por ningún lado. Desesperada, fue a tocar la puerta de la hormiga y le pidió algo de comer:
—¿Qué hiciste tú en el verano mientras yo trabajaba? —preguntó la hormiga.
—Andaba cantando y jugando —contestó la cigarra.
—Pues si cantabas y jugabas en verano —repuso la hormiga—, sigue cantando y jugando en el invierno.
Dicho esto, cerró la puerta.
La cigarra aprendió a no burlarse de los demás y a trabajar con disciplina.
Moraleja: Para disfrutar, primero tienes que trabajar

 

El cuervo y la jarra El cuervo y la jarra 1


Había una vez un cuervo sediento que voló durante mucho tiempo en busca de agua, hasta que encontró una jarra con un poco del preciado líquido. La jarra tenía un largo y estrecho cuello y por mucho que lo intentara, el cuervo no podía alcanzar el agua con su pico. Desesperado, el cuervo pensó en derribar la jarra y tomar el agua antes de que la tierra la absorbiera, pero la jarra era tan pesada que no se movía con los intentos del pobre cuervo. Al cabo de un rato se le ocurrió otra idea; recogió unas piedrecillas y las dejó caer en la jarra una por una. Con cada piedrecilla, el agua subía un poco más, hasta que por fin estaba lo suficientemente cerca del borde para poder beber. Feliz, el cuervo tomó el agua y siguió volando.
Moraleja: Para resolver problemas necesitas mucha calma e ingenio.

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