CUENTOS INFANTILES

 La Cenicienta

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Hace muchos años, en un lejano país, había una preciosa muchacha de ojos verdes y rubia melena. Además de bella,  era una joven tierna que trataba a todo el mundo con amabilidad y siempre tenía una sonrisa en los labios.
 Vivía con su madrastra, una mujer déspota y mandona que tenía dos hijas tan engreídas como insoportables. Feas y desgarbadas,  despreciaban a la dulce muchachita porque no soportaban que fuera más hermosa que ellas.
La trataban como a una criada. Mientras las señoronas dormían en cómodas camas con dosel,  ella lo hacía en una humilde buhardilla. Tampoco comía los mismos manjares  y tenía que conformarse con las sobras. Por si fuera poco, debía realizar el trabajo más duro del hogar: lavar los platos, hacer la colada, fregar los suelos y limpiar la chimenea. La pobrecilla siempre estaba sucia y llena de ceniza, así que todos la llamaban Cenicienta.
Un día, llegó a la casa una carta proveniente de palacio. En ella se decía que Alberto, el hijo del rey, iba a celebrar esa noche una fiesta de gala a la que estaban invitadas todas las mujeres casaderas del reino. El príncipe buscaba esposa y esperaba conocerla en baile.
¡Las hermanastras de Cenicienta se volvieron locas de contento! Se precipitaron a sus habitaciones para elegir pomposos  vestidos y las joyas más estrafalarias que tenían para poder impresionarle.  Las dos suspiraban por el guapo heredero y  se pusieron a discutir acaloradamente sobre quien de ellas sería la afortunada.
– ¡Está claro que me elegirá a mí! Soy más esbelta e inteligente. Además… ¡Mira qué bien me sienta este vestido! – dijo la mayor dejando ver sus dientes de conejo mientras se apretaba las cintas del corsé tan fuerte que casi no podía respirar.
– ¡Ni lo sueñes! ¡Tú no eres tan simpática como yo! Además, sé de buena tinta que al príncipe le gustan las mujeres de ojos grandes y mirada penetrante – contestó la menor de las hermanas mientras se pintaba los ojos,  saltones como los de un sapo.
Cenicienta las miraba medio escondida y soñaba con acudir a ese maravilloso baile.  Como un sabueso, la madrastra apareció entre las sombras y le dejó claro que sólo era para señoritas distinguidas.
– ¡Ni se te ocurra aparecer por allí, Cenicienta! Con esos andrajos no puedes presentarte en palacio. Tú dedícate a barrer y fregar, que es para lo que sirves.
La pobre Cenicienta  subió al cuartucho donde dormía y lloró amargamente. A través de la ventana vio salir a las tres mujeres emperifolladas para dirigirse a la gran fiesta, mientras ella se quedaba sola con el corazón roto.
– ¡Qué desdichada soy! ¿Por qué me tratan tan mal? – repetía sin consuelo.
De repente, la estancia se iluminó. A través de las lágrimas vio a una mujer de mediana edad y cara de bonachona que empezó a hablarle con voz aterciopelada.
– Querida… ¿Por qué lloras? Tú no mereces estar triste.
– ¡Soy muy desgraciada! Mi madrastra no me ha permitido ir al baile de palacio. No sé por qué se portan tan mal conmigo. Pero… ¿quién eres?
– Soy tu hada madrina y vengo a ayudarte, mi niña. Si hay alguien que tiene que asistir a ese baile, eres tú. Ahora, confía en mí. Acompáñame al jardín.
Salieron de la casa y el hada madrina cogió una calabaza que había tirada sobre la hierba. La tocó con su varita y por arte de magia se transformó en una lujosa carroza de ruedas doradas,  tirada por dos esbeltos caballos blancos. Después, rozó con la varita a un ratón que correteaba entre sus pies y lo convirtió en un flaco y servicial cochero.
– ¿Qué te parece, Cenicienta?… ¡Ya tienes quien te lleve al baile!
– ¡Oh, qué maravilla, madrina! – exclamó la joven- Pero con estos harapos no puedo presentarme en un lugar tan elegante.
Cenicienta estaba a punto de llorar otra vez viendo lo rotas que estaban sus zapatillas y los trapos que tenía por vestido.
– ¡Uy, no te preocupes, cariño! Lo tengo todo previsto.
Con otro toque mágico transformó su desastrosa ropa en un precioso vestido de gala. Sus desgastadas zapatillas se convirtieron en unos delicados y hermosos zapatitos de cristal. Su melena quedó recogida en un lindo moño adornado con una diadema de brillantes que dejaba al descubierto su largo cuello ¡Estaba radiante! Cenicienta se quedó maravillada y empezó a dar vueltas de felicidad.
– ¡Oh, qué preciosidad de vestido! ¡Y el collar, los zapatos y los pendientes…! ¡Dime que esto no es un sueño!
– Claro que no, mi niña. Hoy será tu gran noche. Ve al baile y disfruta mucho, pero recuerda que tienes que regresar antes de que las campanadas del reloj den las doce, porque a esa hora se romperá el hechizo y todo volverá a ser como antes ¡Y ahora date prisa que se hace tarde!
– ¡Gracias, muchas gracias, hada madrina! ¡Gracias!
Cenicienta prometió estar de vuelta antes de medianoche  y partió hacia palacio. Cuando entró en el salón donde estaban los invitados, todos se apartaron para dejarla pasar,  pues nunca habían visto una  dama tan bella y refinada. El príncipe acudió a besarle la mano y se quedó prendado inmediatamente. Desde ese momento, no tuvo ojos para ninguna otra mujer.
Su madrastra y sus hermanas no la reconocieron, pues estaban acostumbradas a verla siempre  harapienta y cubierta de ceniza. Cenicienta bailó y bailó con el apuesto príncipe toda la noche. Estaba tan embelesada que le pilló por sorpresa el sonido de la primera campanada del reloj de la torre marcando las doce.
– ¡He de irme! – susurró al príncipe mientras echaba a correr hacia la carroza que le esperaba en la puerta.
– ¡Espera!… ¡Me gustaría volver a verte! – gritó Alberto.
Pero Cenicienta ya se había alejado cuando sonó la última campanada. En su escapada, perdió uno de los zapatitos de cristal y el príncipe lo recogió con cuidado. Después regresó al salón, dio por finalizado el baile y se pasó toda la noche suspirando de amor.
Al día siguiente, se levantó decidido a encontrar a la misteriosa muchacha de la que se había enamorado, pero no sabía ni siquiera cómo se llamaba.  Llamó a un sirviente y le dio una orden muy clara:
– Quiero que recorras el reino y busques a la mujer que ayer perdió este zapato ¡Ella será la futura princesa, con ella me casaré!
El hombre obedeció sin rechistar y fue casa por casa buscando a la dueña del delicado zapatito de cristal. Muchas jóvenes que pretendían al príncipe intentaron que su pie se ajustara a él,  pero no hubo manera ¡A ninguna le servía!
 Por fin, se presentó en el  hogar de Cenicienta. Las dos hermanas bajaron cacareando como gallinas y le invitaron a pasar. Evidentemente,  pusieron todo su empeño en calzarse el zapato, pero sus enormes y gordos pies no entraron en él ni de lejos. Cuando el sirviente ya se iba, Cenicienta apareció en el recibidor.
– ¿Puedo probármelo yo, señor?
Las hermanas, al verla, soltaron unas risotadas que más bien parecían rebuznos.
– ¡Qué desfachatez! – gritó la hermanastra mayor.
– ¿Para qué? ¡Si tú no fuiste al baile! – dijo la pequeña entre risitas.
Pero el lacayo tenía la orden de probárselo a todas, absolutamente todas, las mujeres del reino. Se arrodilló frente a Cenicienta y con una sonrisa, comprobó cómo el fino pie de la muchacha se deslizaba dentro de él con suavidad y encajaba como un guante.
¡La cara de la madre y las hijas era un poema! Se quedaron  patidifusas  y con una expresión tan bobalicona en la cara que parecían a punto de desmayarse. No podían creer  que Cenicienta fuera la preciosa mujer que había enamorado al príncipe heredero.
– Señora – dijo el sirviente mirando a Cenicienta con alegría – el príncipe Alberto la espera. Venga conmigo, si es tan amable.
Con humildad, como siempre, Cenicienta se puso un sencillo abrigo de lana y partió hacia el palacio para reunirse con su amado. Él la esperaba en la escalinata y fue corriendo a abrazarla. Poco después celebraron la boda más bella que se recuerda y  fueron muy felices toda la vida. Cenicienta se convirtió en una princesa muy querida y respetada por su pueblo


Caperucita roja

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Adaptación del cuento de Charles Perrault
Érase una vez una preciosa niña que siempre llevaba una capa roja con capucha para protegerse del frío. Por eso, todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Caperucita vivía en una casita cerca del bosque. Un día, la mamá de  Caperucita le dijo:
– Hija mía, tu abuelita está enferma. He preparado una cestita con tortas y un tarrito de miel para que se la lleves ¡Ya verás qué contenta se pone!
– ¡Estupendo, mamá! Yo también tengo muchas ganas de ir a visitarla – dijo Caperucita saltando de alegría.
Cuando Caperucita se disponía  a salir de casa, su mamá, con gesto un poco serio, le hizo una advertencia:
– Ten mucho cuidado, cariño. No te entretengas con nada y no hables con extraños. Sabes que en el bosque vive el lobo y es muy peligroso. Si ves que aparece, sigue tu camino sin detenerte.
– No te preocupes, mamita – dijo la niña- Tendré en cuenta todo lo que me dices.
– Está bien – contestó la mamá, confiada – Dame un besito y no tardes en regresar.
– Así lo haré, mamá – afirmó de nuevo Caperucita diciendo adiós con su manita mientras se alejaba.
Cuando llegó al bosque, la pequeña comenzó a distraerse contemplando los pajaritos y recogiendo flores. No se dio cuenta de que alguien la observaba detrás de un viejo y frondoso árbol. De repente, oyó una voz dulce y zalamera.
– ¿A dónde vas, Caperucita?
La niña, dando un respingo, se giró y vio que quien le hablaba era un enorme lobo.
– Voy a casa de mi abuelita, al otro lado del bosque. Está enferma y le llevo una deliciosa merienda y unas flores para alegrarle el día.
– ¡Oh, eso es estupendo! – dijo el astuto lobo – Yo también vivo por allí. Te echo una carrera a ver quién llega antes. Cada uno iremos por un camino diferente ¿te parece bien?
La inocente niña pensó que era una idea divertida y asintió con la cabeza. No sabía que el lobo había elegido el camino más corto para llegar primero a su destino. Cuando el animal  llegó a casa de la abuela, llamó a la puerta.
– ¿Quién es? – gritó la mujer.
– Soy yo, abuelita, tu querida nieta Caperucita. Ábreme la puerta – dijo el lobo imitando la voz de la niña.
– Pasa, querida mía. La puerta está abierta – contestó la abuela.
El malvado lobo entró en la casa y sin pensárselo dos veces, saltó sobre la cama y se comió a la anciana. Después, se puso su camisón y su gorrito de dormir y se metió entre las sábanas esperando a que llegara la niña. Al rato, se oyeron unos golpes.
– ¿Quién llama? – dijo el lobo forzando la voz como si fuera la abuelita.
– Soy yo, Caperucita. Vengo a hacerte una visita y a traerte unos ricos dulces para merendar.
– Pasa, querida, estoy deseando abrazarte – dijo el lobo malvado relamiéndose.
La habitación estaba en penumbra. Cuando se acercó a la cama, a Caperucita le pareció que su abuela estaba muy cambiada. Extrañada, le dijo:
– Abuelita, abuelita ¡qué ojos tan grandes tienes!
– Son para verte mejor, preciosa mía – contestó el lobo, suavizando la voz.
– Abuelita, abuelita ¡qué orejas tan grandes tienes!
– Son para oírte mejor, querida.
– Pero… abuelita, abuelita ¡qué boca tan grande tienes!
– ¡Es para comerte mejor! – gritó el lobo dando un enorme salto y comiéndose a la niña de un bocado.
Con la barriga llena después de tanta comida, al lobo le entró sueño. Salió de la casa, se tumbó en el jardín y cayó profundamente dormido. El fuerte sonido de sus ronquidos llamó la atención de un cazador que pasaba por allí. El hombre se acercó y vio que el animal tenía la panza muy hinchada, demasiado para ser un lobo. Sospechando que pasaba algo extraño, cogió un cuchillo y le rajó la tripa ¡Se llevó una gran sorpresa cuando vio que de ella salieron sanas y salvas la abuela y la niña!
Después de liberarlas, el cazador cosió la barriga del lobo y esperaron un rato a que el animal se despertara. Cuando por fin abrió los ojos, vio como los tres le rodeaban y escuchó la profunda y amenazante voz del cazador que le gritaba enfurecido:
– ¡Lárgate, lobo malvado! ¡No te queremos en este bosque! ¡Como vuelva a verte por aquí, no volverás a contarlo!
El lobo, aterrado, puso pies en polvorosa y salió despavorido.
Caperucita y su abuelita, con lágrimas cayendo sobre sus mejillas, se abrazaron. El susto había pasado y la niña había aprendido una importante lección: nunca más desobedecería a su mamá ni se fiaría de extraños.








Bambi el cuento original de Disney

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Cuando llegó la primavera, fue un día muy especial en el bosque porque coincidió con el nacimiento de un nuevo miembro de la comunidad. todos los animales como la ardilla, el ratoncito, el conejo, la comadreja y los pájaros fueron a dar la bienvenida a Bambi el tierno cervatillo recién nacido.
Era muy simpático, apenas se podía levantar con sus delgadas piernas, y cuando lo hacía se tambaleaba y caía… ¡Era hasta divertido verlo! Tenía dos ojos grandes que miraban todo con curiosidad y una piel de color marrón chocolate moteada con manchitas color canela. A medida que pasaban los días, Bambi fue creciendo y ya se podía mantener en pie, andar, saltar y luego correr. Le encantaba descubrir la naturaleza correteando por el bosque junto con el conejito Tambor, ambos eran amigos inseparables.
El invierno llegó una mañana y pillo a Bambi por sorpresa, cuando se despertó se dio cuenta de que todo estaba cubierto de una manta de nieve, así que salió corriendo a jugar con sus amigos en el bosque. Estuvieron horas corriendo bosque a dentro, buscando siempre nieve fresca que ningún otro animal hubiera pisado… Cuando de pronto en la lejanía escucharon un ruido ensordecedor.
¡PuMmmMmmM!
¡Eran cazadores! y esos malnacidos habían disparado a la mamá de Bambi y se la habían llevado.
Bambi se quedó solo, muy triste y aunque sus amigos trataban de estar cerca de él, Bambi no tenía ganas de jugar, ni de saltar ni de hacer nada. Los otros ciervos cuidaban de él, pero Bambi no entendía por qué aquellos hombres con ropas extrañas se habían llevado a su madre.
Por suerte el invierno acabó y las primeras flores de la primavera comenzaron a alegrar el paisaje.
Un día, Bambi estaba buscando algunas briznas de hierba fresca para comer, cuando de entre lo matorrales apareció una cierva de color canela y manchas chocolate, con unos ojos enormes que brillaban al contraste con el sol. Era la cierva más guapa que Bambi había visto en su vida, y en el momento en que ambos se miraron quedaron enamorados.
La vida le sonreía de nuevo a Bambi, ahora salían a correr y dar paseos juntos, jugaban a perseguir a las mariposas o a nadar en la parte baja del río.
Pero de nuevo el hombre apareció en las vidas de Bambi y sus amigos. Una noche, otro grupo de cazadores apareció en el bosque con jaulas, trampas, llevaban unas lámparas para poder ver en la oscuridad y accidentalmente, una de ellas cayó al suelo, quemando las hojas secas…
Antes de marcharse, un incendio comenzó a propagarse desde lo más profundo del bosque y en cuestión de minutos, los animales que allí vivían tuvieron que salir dejando atrás su hogar.
Bambi, haciendo gala de su valentía, ayudó a todos, grandes y pequeños a salir de allí lo que le costó que una rama ardiendo golpeara una de sus patas y casi queda atrapado en el fuego.
Cuando todo pasó, el bosque era un paisaje desolador, todo estaba quemado. Pero Bambi conocía bien el terreno y pudo guiar a sus amigos a un nuevo lugar, donde nunca fueron encontrados por otros cazadores, y pudieron vivir felices y tranquilos para siempre.



El Mago de Oz

cuento Mago de Oz

Cuento El Mago de OZ adaptación del libro infantil

Dorothy vivía con sus tíos en una hermosa casa de madera en medio del campo, era una región poco poblada y muy árida. Como único compañero de juego, tenía a Totó, un perrito revoltoso e inteligente.
Un día un terrible tornado apareció de la nada y se tragó por completo la casa y el granero. Dorothy y Totó que estaban jugando dentro, se asustaron mucho al notar como la casa de despegaba del suelo.
Al asomarse a la ventana y ver aquella enorme casa volando en círculos por todo el terreno no podían creerlo. La casa se mantuvo girando dos o tres veces en el aire, pero luego comenzó a volar en silencio, arrastrada por el viento…
Estuvieron así varios días, incrédulos sin poder dejar de mirar por la ventana, hasta que un día, la casa comenzó a subir y subir, hasta el punto en que solo podían ver nubes.
Pasaron varios días más, hasta que una mañana, Totó y Dorothy se despertaron con un ruido de madera que crujía.
La casa estaba aterrizando sobre un hermoso césped de un verde brillante. Dorothy ya no tenía miedo y, empujada por la curiosidad, comenzó a salir poco a poco para mirar a su alrededor.

No había rastro de sus tíos, de la granja, de los demás animales ni de los vecinos… ¿Cómo volverían a casa?
¿Estaban muy lejos?
¿Dónde estaban?
Dorothy decidió que había que aventurarse en la espesura del bosque para tratar de encontrar a la forma de vovler a su casa, quizás un leñador les podría indicar el camino. Así que eso hizo, junto a su amigo Totó, comenzó a caminar bosque a través.
A penas había recorrido unos metros, cuando en medio del bosque, la niña pudo divisar un extraño camino. Entre los arbustos y el césped cubierto de hojas, aparecían unas grandes baldosas amarillas, de un color parecido al oro, que se colocaban amontonadas, grandes, pequeñas y medianas, cuadradas y redondas, una a una iban conformando un sepentenate camino que se adentraba en el bosque.
Sin dudarlo, Dorothy comenzó a caminar sobre las baldosas, dando alegras saltos y canturreando, mientras Totó, algo más prudente, olisqueaba bien ese curioso suelo.
Pasaron las horas sin ver a nadie… Cuando a lo lejos, pudieron ver un Espantapájaros que esstaba justo al borde del camino. Se pararon a observarlo un rato y para su sorpresa, el espantapájaros se quito el sombrero y dijo «Buenas tardes»
¡Dorothy casi se cae del susto! mientras que Totó comenzó a ladrar y gruñir. ¿Un espantapájaros que habla?
«Perdona si te he asustado ¿tú también vas a ver al Mago de Oz?»
– «¿Quién es ese mago?» contestó Dorothy, que aún no podía creer que estaba hablando con un espantapájaros de trapo.
«Es el hombre más sabio y poderoso del mundo, todo lo que deseas, él pude encontrarlo. Yo me dirijo a Oz para pedirle un cerebro, estoy cansado de tener una cabeza llena de paja»
Entonces, Dorothy supo que si quería encontrar la forma de volver a su casa, aquel mago debía saber la forma de hacerlo. Decidió acompañar al espantapájaros, después de tener que separar a Totó varias veces, ya que en cuento se descuidaba, pe pequeño perro le mordía los tobillos de paja.
En el camino se encontraron con el Hombre de Hojalata que estaba sentado en una piedra haciendo caras raras.
-«¿Qué te sucede?»
El hombre de hojalata, torció el labio y comenzó a hacer unos sonidos extraños que sonaban a lata hueca. «Estoy triste» dijo.
Pero había algo raro en su cara. El espantapájaros, demostrando que en vez de cerebro tenía paja, dijo lo primero que pasó por su cabeza:
-«No pareces triste, pareces más bien, asustado, feliz, enfadado, alegre, aliviado y cansado… Todo a la vez»
«Ese es mi problema» dijo el hombre de hojalata. No tengo sentimientos, necesito un corazón para poder sentir de verdad.
Dorothy con su amigo Totó y el espantapájaros invitaron al hombre de hojalata a que les acompañara en busca del Mago de Oz. Así cada uno podría conseguir lo que quería.
De repente apareció un león en el camino, todos se asustaron porque no se imaginaban que era el león más cobarde del mundo. Quería ser valiente pero no sabía cómo hacerlo ¡Hasta tenía miedo de su sombra!
El león estaba en mitad del camino, caminaba distraído por él, olisqueando el suelo y parándose para lamerse las patas. De pronto, giró la cabeza y se quedó petrificado  al ver a Dorothy, Toto, y sus nuevos amigos totalmente quietos y con cara de miedo.
El asustadizo león, pensó que algo terrible debía de haber aparecido de entre los matorrales, y que justo estaba detrás suya, por eso, aquellas personas tenían esa cara de miedo.
Como no era novedad, el espantapájaros dijo lo primero que le pasó por la cabeza.
-«No nos comas leoncito, no nos comas… Y si quieres comer, que no sea a mi, soy de paja y no tengo buen sabor…»
– «¿Comeros yooooo? dijo el león. Si pensaba que había una bestia detrás mía que nos iba a comer a todos.
La carcajada fue general, una confusión muy divertida. «Me siento alegre» decía el hombre de hojalata una y otra vez. Pronto hicieron buenas migas con aquel león, que les contó su problema para ser valiente. Así que juntos emprendieron el viaje al lejano reino de Oz para hacer sus peticiones al mago.
En dirección al castillo del mago el paisaje se volvió cada vez más extraño y fascinante: curiosas flores y plantas gigantescas sonreían a los recién llegados. En un momento dado, en la cima de una montaña lejana, apareció un enorme castillo: allí vivía el Mago de Oz.
Por fin estaban llegando. Sólo tenían que caminar por la larga avenida de baldosas amarillas hasta llegar al castillo y pedirle al mago que cumpliera sus deseos.
Cuando llegaron a la puerta, antes de llamar, se prepararon para encontrarse con el Mago de Oz: Dorothy se peinó los rizos y pasó la mano por Totó para peinarle también, el León sacudió el polvo de su melena, el Espantapájaros comprobó que tenía el relleno bien apretado y el Hombre de Hojalata se echó unas gotitas de aceite en las rodillas para no hacer ruido al caminar.
Una vez que entraron, encontraron a un anciano con una tierna mirada en su cara. Dorothy le contó toda su historia y después de escuchar sus peticiones el Mago decidió cumplirlas, dándole a cada uno lo que realmente quería…
Dorothy soñaba con abrazar a sus tíos de nuevo.
El Hombre de Hojalata quería tener un latido en el pecho que le hiciera sentir.
El león tener el valor que se espera de él.
Y el Espantapájaros quería tener inteligencia y no una cabeza llena de paja.
Totó, también cumplió sus deseos y el Mago le concedió un enorme hueso inagotable para morder y relamerse una y otra vez.
Todos juntos celebraron un que habían alcanzado su objetivo y pese al largo camino habían conseguido lo que buscaban. La fiesta se alargó hasta muy tarde y Dorothy se quedó dormida, abrazada a Totó.
Cuando despertó, estaba en su cama, en su casa y todo estaba en su sitio, sus tíos la esperaban para desayunar… Dorthy se preguntaba si había soñado todo aquello hasta que al irse a calzar, vio que la suela de sus zapatos estaba teñida de amarillo… Fue a buscar a Totó que se encontraba en el jardín mordiendo un hueso gigantesco y para salir de su asombro, notó como unas cuantas briznas de paja se caían de su cabeza.
~ FIN ~

 Los tres Cerditos

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Adaptación del cuento popular

Había una vez tres cerditos que vivían al aire libre cerca del bosque. A menudo se sentían inquietos porque por allí solía pasar un lobo malvado y peligroso que amenazaba con comérselos.
Un día se pusieron de acuerdo en que lo más prudente era que cada uno construyera una casa para estar más protegidos.
El cerdito más pequeño, que era muy vago, decidió que su casa sería de paja. Durante unas horas se dedicó a apilar cañitas secas y en un santiamén, construyó su nuevo hogar. Satisfecho, se fue a jugar.
– ¡Ya no le temo al lobo feroz! – le dijo a sus hermanos.
El cerdito mediano era un poco más decidido que el pequeño pero tampoco tenía muchas ganas de trabajar. Pensó que una casa de madera sería suficiente para estar seguro, así que se internó en el bosque y acarreó todos los troncos que pudo para construir las paredes y el techo. En un par de días la había terminado y muy contento, se fue a charlar con otros animales.
– ¡Qué bien! Yo tampoco le temo ya al lobo feroz – comentó a todos aquellos con los que se iba encontrando.
El mayor de los hermanos, en cambio, era sensato y tenía muy buenas ideas. Quería hacer una casa confortable pero sobre todo indestructible, así que fue a la ciudad, compró ladrillos y cemento, y comenzó a construir su nueva vivienda. Día tras día, el cerdito se afanó en hacer la mejor casa posible.
Sus hermanos no entendían para qué se tomaba tantas molestias.
– ¡Mira a nuestro hermano! – le decía el cerdito pequeño al mediano – Se pasa el día trabajando  en vez de venir a jugar con nosotros.
– Pues sí ¡vaya tontería! No sé para qué trabaja tanto pudiendo hacerla en un periquete… Nuestras casas han quedado fenomenal y son tan válidas como la suya.
El cerdito mayor, les escuchó.
– Bueno, cuando venga el lobo veremos quién ha sido el más responsable y listo de los tres – les dijo a modo de advertencia.
Tardó varias semanas  y le resultó un trabajo agotador, pero sin duda el esfuerzo mereció la pena. Cuando la casa de ladrillo estuvo terminada, el mayor de los hermanos se sintió orgulloso y se sentó a contemplarla mientras  tomaba una refrescante limonada.
– ¡Qué bien ha quedado mi casa! Ni un huracán podrá con ella.
Cada  cerdito se fue a vivir a su propio hogar. Todo parecía tranquilo hasta que una mañana, el más pequeño que estaba jugando en un charco de barro,  vio aparecer entre los arbustos al temible lobo. El pobre cochino empezó a correr y se refugió en su recién estrenada casita de paja. Cerró la puerta y respiró aliviado. Pero desde dentro oyó que el lobo gritaba:
– ¡Soplaré y soplaré y la casa derribaré!
Y tal como lo dijo, comenzó a soplar y la casita de paja se desmoronó. El cerdito, aterrorizado, salió corriendo hacia casa de su hermano mediano y  ambos se refugiaron allí. Pero el lobo apareció al cabo de unos segundos y gritó:
– ¡Soplaré y soplaré y la casa derribaré!
Sopló tan fuerte que la estructura de madera empezó a moverse y al final todos los troncos que formaban la casa se cayeron y comenzaron a rodar ladera abajo. Los hermanos, desesperados, huyeron a gran velocidad y llamaron a la puerta de su hermano mayor, quien les abrió y les hizo pasar, cerrando la puerta con llave.
– Tranquilos, chicos, aquí estaréis bien. El lobo no podrá destrozar mi casa.
El temible lobo llegó y por más que sopló, no pudo mover ni un solo ladrillo de las paredes ¡Era una casa muy resistente! Aun así, no se dio por vencido y buscó un hueco por el que poder entrar.
En la parte trasera de la casa había un árbol centenario. El lobo subió por él y de un salto, se plantó en el tejado y de ahí brincó hasta la chimenea. Se deslizó por ella para entrar en la casa pero cayó sobre una enorme olla de caldo que se estaba calentado al fuego. La quemadura fue tan grande que pegó un aullido desgarrador y salió disparado de nuevo al tejado. Con el culo enrojecido, huyó para nunca más volver.
– ¿Veis lo que ha sucedido? – regañó el cerdito mayor a sus hermanos – ¡Os habéis salvado por los pelos de caer en las garras del lobo! Eso os pasa por vagos e inconscientes. Hay que pensar las cosas antes de hacerlas. Primero está la obligación y luego la diversión. Espero que hayáis aprendido la lección.
¡Y desde luego que lo hicieron! A partir de ese día se volvieron más responsables, construyeron una casa de ladrillo y cemento como la de su sabio hermano mayor y vivieron felices y tranquilos para siempre.

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